lunes, 27 de octubre de 2008

UN CUENTO; EL CORAZÓN DEL DRAGÓN

Este es el cuento que me conté anoche.

Érase una vez una niña pequeña que se llamaba M. Vivía en un castillo con su padre el Rey y su madre la Reina. Era feliz y hacia felices a los demás.
Un día, a una edad relativamente temprana, se enamoró del único amante que jamás la decepcionaría: la palabra escrita. Y de su mano recorrió el universo entero.

Poco a poco, su amante le fue enseñando qué hacer y cómo hacerlo, y sobre todo qué no hacer y porqué no hacerlo. Él estaba ahí para hacerla reír cuando estaba triste y para hacerla llorar cuando lo necesitaba. Él la enseñó todo lo que quiso saber, y también lo que no quiso; era un amante despiadado que nunca la ocultó nada.

Guiada por su mano, M creció, y salió a mundo. Cada noche se acercaba a la charca, y de vez en cuando besaba a un sapo. En dos ocasiones sucedió el milagro. La primera, el sapo se transformó delante de ella en un caballero de brillante armadura. Con el paso del tiempo se la llevó allende los mares y jamás se apartó de su lado. La segunda, probó a besar una rana. Y la rana se convirtió en una bella princesa de piel de mármol, ojos de miel y pelo rubio y rosa. M se sintió feliz.

Según pasaba el tiempo, M iba llenando su torre de cosas. Un disco que la hacia especialmente feliz, una foto recuerdo de ese viaje, la vieja colección de películas…. Pero lo mejor, lo mas cotizado que tenia M eran sus amigos. Afortunadamente, eran muchos. El Vizconde era el mas antiguo de ellos, y ni el tiempo ni la distancia habían logrado separarlos. También había un truhán, que entraba y salía de su vida, pero nunca se quedaba. Y algunas princesas, vecinas de castillo, con las que siempre tenia algo que hacer.

En un año de bonanza, se trasladó con el caballero a su propia torre, y, con infinita tristeza, dividió su corazón entre dos reinos. Una vez mas, fue su amante el que la hizo comprender que el corazón no se puede dividir, solo se puede compartir. De nuevo, M se sintió feliz.

Poco después, apareció en su puerta un pequeño Dragón. Llenaba sus días y hacía insomnes sus noches. Fue el quien le enseñó que el corazón, además de compartir, se puede entregar.

Para hacer su castillo mas pintoresco, y sus jornadas mas alegres, dos personajes se colaron casi sin hacer ruido en su rincón favorito. Dos personajes de cuento. El hada Pétalo, tocada con la varita mágica de la alegría y la bondad y la bruja Cactus, oráculo sabelotodo y vetusta consejera.

Y entonces comprendió que el corazón también se puede enviar por correo.